En la larga y sabrosa historia del té se mezclan sus orígenes chinos con el papel difusor de los navegantes portugueses y holandeses, que lo llevaron desde Oriente hasta el Viejo Continente y se convirtieron en consumidores habituales de esta infusión que se cree nacida por casualidad hace unos 4000 años. El té tuvo muchos rumbos: si, por un lado, ingresó en Japón y se ganó allí ceremonia y significado propios, por otro ancló también –aunque mucho después– en Gran Bretaña y desde allí se proyectó a su imperio y se coló por los más diversos rincones del globo, sin olvidar el litoral argentino, donde convive en verde armonía con la yerba mate. Pero cuando se habla de té inglés, o five o’clock tea, se está hablando de un ritual específico y férreamente arraigado en los hábitos anglosajones, al menos, desde los tiempos de la reina Victoria.
La tradición consagra al té en hebras, con una preparación para conservar aroma y sabor.
UNA TAZA PARA LA DAMA Tee o tea es la interpretación inglesa del tcha chino, bebida que impuso en la corte de Carlos II de Inglaterra su esposa portuguesa, Catalina de Braganza. Pero el té entendido como una completa merienda llegó más tarde, con la duquesa Ana de Bedford, que según se cuenta no podía resistir el ayuno habitual de los aristócratas desde el desayuno hasta la cena y comenzó la costumbre de pedir a sus damas de compañía que le llevaran un té acompañado de un tentempié. Era todo un lujo, por supuesto: por aquellos tiempos, una libra de té –alrededor de medio kilo– costaba en Londres más que el salario semanal de un obrero. Al principio todo era en gran secreto, en el dormitorio de la dama y lejos de ojos críticos e indiscretos. Pero poco a poco otras integrantes de la corte de la reina Victoria se fueron sumando y agregando al té los muy británicos bocadillos creados por el conde de Sandwich en el siglo XVIII para no despegarse de su mesa de juego. Los más famosos –y se dice que los favoritos de la reina Isabel II– son los de pepino, prácticamente idénticos a los muy argentinos sandwichitos de miga. Esta afición por los sandwiches de pepino fue uno más, según las malas lenguas, de los muchos desa-cuerdos que separaron a la reina de su nuera, la princesa Diana. El otro ingrediente esencial del té inglés son los scones, de estirpe escocesa y masa entre el bizcocho y la brioche.
Té y sandwiches de pepino, haciendo honor a un jugador conde inglés, parte del rito.
Mientras tanto, el té de las cinco iba ganando peso de ritual y sumando vajilla: cucharillas medidoras, teteras, tazas de porcelana cada vez más fina, infusores. Dice el código no escrito, pero firmemente transmitido, que la leche –si se agrega– debe ser fría y se puede echar antes en la taza, para evitar que algunas porcelanas casi transparentes se rompan con el agua caliente. Dice también que hay que calentar previamente la tetera y que el único té admitido como tal es en hebras, aunque millones de personas optan día a día por los prácticos saquitos, hasta hacerse con un 80 por ciento del consumo mundial... sin tener en cuenta tal vez que están rellenos de hojas pulverizadas que no se pueden utilizar en otras presentaciones más refinadas. En cuanto a las variedades y sabores, el Earl Grey es probablemente uno de los más célebres, con su perfume de bergamota, junto con el negro Darjeeling oriundo de la India, el Ceylan o el Yunnan: pero como sobre gustos no hay nada escrito –¿o hay demasiado?– lo mejor es que cada uno busque y encuentre su blend favorito. El auge de la infusión en los últimos años hace cada vez más fácil probar nuevas variantes de un clásico a toda prueba.
165 MILLONES Según las estadísticas, en Gran Bretaña se beben a diario unos 165 millones de tazas de té. Es un hábito cotidiano del hogar y del trabajo, que ahora también se toma como técena en su variante high tea. Pero durante una visita turística, ¿dónde se puede tomar un very british tea? Para los entendidos, uno de los mejores lugares de Londres es The Wolseley, sobre la avenida Piccadilly en el West End: este magnífico edificio nació en 1921 como show-
room de automóviles de la Wolseley Motors Ltd., con toques venecianos y florentinos pero también orientales. El escenográfico marco no bastó para evitar la quiebra de la compañía automotriz, de modo que el edificio pasó a distintos destinos hasta que reabrió hace diez años totalmente restaurado y convertido en nuevo templo del té londinense. En The Wolseley se sirve el té de la tarde entre las tres (son horarios ingleses, al fin y al cabo) y las seis y media, según el día de la semana: las bandejas de los comensales se verán adornadas con sandwiches, scones, pastelería y una buena selección de diferentes tés. Todo por módicas 22,5 libras por persona (unos 170 pesos argentinos, no muy lejos del costo de tomar el afternoon tea en el porteño Hotel Alvear). Siempre en Londres una buena (y más informal) alternativa es un salón que abre sólo los fines de semana, Time for Tea. Ambientado como en los años ’40, queda en el este de la ciudad y ofrece degustar té al ritmo del jazz, en un ambiente que mezcla mesas y sillas de distintos diseños, con una gran mesa rectangular de uso común. La capital británica tiene otra propuesta original en el Berkeley Hotel, creador del Prêt-à-Portea, ideal para las fashion victims: es un té vespertino bastante tradicional, pero cada uno de los dulces que acompañan la bandeja están “tuneados”, según algún aspecto clave de la moda de la temporada. Como el bizcocho de chocolate a lo Burberry, la torta Stella McCartney o la minitorta cartera Valentino. Y los mozos pueden exhibir en foto las creaciones originales que inspiraron su versión en pastelería.
Un tanto más bizarra, sin duda, resulta la experiencia del té en The Tea Cosy de Brighton, en el sur de Inglaterra, que se define como “excéntrico, delicioso e inusual”. El sitio es conocido por su extensa memorabilia de la familia real británica, que se extiende a los títulos de la carta: un huevo con tostadas es un “príncipe Harry”, dos tostadas con paté o mermelada son “Carlos y Camila”, una porción de torta es la “princesa Margarita” y una selección de finger sandwiches llamada “Palacio de Buckingham” incluye junto con la infaltable taza de té bocaditos de salmón ahumado, queso y chutney y pepino. Cuestión de los nuevos tiempos, hay también una bandeja vegetariana consagrada a “William y Kate”, además de un high tea dedicado a la princesa Diana. Por las dudas, los más recalcitrantes a la tradición inglesa pueden elegir un café, una gaseosa, chocolate o jugos de frutas.
Claro está que hay muchas formas de ser inglés, y el punk es una de ellas. Por eso, quienes quieran alejarse de los resplandores de la realeza pueden probar una experiencia completamente diferente en Liverpool, ciudad obrera que vio nacer a Los Beatles y que mantiene su espíritu deliciosamente rebelde. La cita es en el Leaf Tea Bar, situado en el Elevator Building, un edificio bohemio frecuentado por artistas de toda laya: si por la tarde es un salón tranquilo y discreto, a medida que llega la noche el té se transforma con música tecno, cine y arte. Nada apropiado para los puristas, es ideal para los que quieran darle un sacudón a la vieja costumbre del té. Bastante más tradicional, pero muy agradable, es el té de la tarde en el Hard Day’s Night Hotel, un establecimiento temático dedicado –no hace falta aclararlo– a los cuatro hijos más famosos de la ciudad y abierto a sus pasajeros y cualquier otro visitante. Aquí el afternoon tea incluye sandwiches, scones, crema, tortas y té; el high tea agrega varias delicias más y una copa de champagne. Ideal para el atardecer de un día agitado, bien acompañado por la música de John, Paul, George y Ringo.